Desde el punto de vista político es lamentable que desde las urnas haya surgido una decisión que, sin duda, perjudica al campo popular. Tampoco debería equipararse la derrota electoral con capitulación de un “modelo”, entendido éste como una forma de ver el mundo que pone en el centro al ser humano gozando en plenitud de sus derechos. Porque las banderas no se bajan ni se negocian. Sobre todo si están impregnadas de derechos esenciales. Es un retroceso, sin duda. Y también una batalla que comenzó a perderse mucho antes de las elecciones presidenciales.
¿Cuáles son las diferencias con otros gobiernos de derecha?
Es diferente la composición de la alianza ganadora si se la compara con otras
manifestaciones de derecha en el pasado. Porque Cambiemos reúne a una fuerza
tecno pragmática que dice descreer de las ideologías pero se aferra a los
principios básicos del neoliberalismo, con el sector más conservador y
retrógrado de un partido tradicional como el radicalismo que tiró por la borda
la perspectiva nacional y popular que otrora lo caracterizó. No menos
importante es que la coalición triunfante carece de coherencia política e
ideológica: su unión está basada en el “anti” antes que en acuerdos
programáticos o políticas. Habrá que ver cómo se traduce esta situación en el
ejercicio del gobierno.
El resto de las diferencias de este Cambiemos encabezado por
Mauricio Macri con otras expresiones de derecha son apenas el resultado del
cotillón electoral. Los gestos adustos y las formulaciones categóricas dejaron
paso esta vez al canto, al baile y a los globos acompañados de un discurso
marketinero que se pretende cercano “a vos”, que habla de “construir juntos” y
hasta de “solidaridad” y de dejar atrás “los enfrentamientos” como si éstos no
fueran el resultado obvio de la conflictividad social y de intereses
encontrados. Acompañado por la música ejecutada por Jaime Durán Barba, el
discurso de Cambiemos fue capaz de ajustarse al ritmo de las encuestas y de lo
que “la gente” quiere escuchar, sin reparar en contradicciones y mentiras
evidentes que, por cierto, no han sido apreciadas o sencillamente desestimadas
por la mayoría de la ciudadanía que sufragó.
Pero resulta por demás ostensible que en cuanto le sacan el
bozal a sus más encumbrados dirigentes el cotillón electoral de Cambiemos queda
de lado y se pone al descubierto su verdadera perspectiva ideológica en
expresiones como las de Marcos Aguinis insultando y repudiando a Madres y
Abuelas de Plaza de Mayo para acompañar la frase de que “se acabó el curro de
los derechos humanos”, o Alfonso Prat-Gay despreciando la posibilidad de que
algún ciudadano de esos lugares que los porteños llaman “el interior” llegue
con posibilidades a la presidencia o las de Juan Aranguren sosteniendo que “el
autoabastecimiento energético no es relevante” o las del propio Mauricio Macri
recordando que “el salario es un costo más” aunque luego se desdiga en campaña.
Ahora las cartas están echadas. Ya no hay vuelta atrás. En
democracia no se cuestionan las decisiones electorales de los ciudadanos. Y
ojalá nos vaya bien a todos, derrotando así la mirada pesimista de quien
escribe estas líneas convencido de que este es un momento triste para la
sociedad argentina pero esencialmente para los pobres, los trabajadores y los
actores populares del país y, por añadidura, de las otras naciones de la región
sudamericana.
¿Qué se puede esperar? Es probable que todo lo que se pueda
decir ahora, en medio del viento de cola que supone la euforia ganadora, sea
rápidamente inscripto en la “campaña del miedo” como se la tituló en las
últimas semanas. El PRO y Cambiemos venden alegría y esperanza. Pero no es
ilógico esperar que la alianza que gobernará desde el 10 de diciembre convoque
a los factores de poder que la apoyaron para producir en escasas dos semanas
una especie de “golpe de mercado” que dispare los precios “preventivamente”,
que impulse hacia arriba la cotización del dólar ilegal, también “para evitar
pérdidas” y que como consecuencia se produzca una inevitable caída del salario
real. Por supuesto que todo ello tiene que ocurrir antes del 10 de diciembre
por un doble motivo: para endilgar todas las responsabilidades al gobierno
saliente y para que las primeras medidas de los nuevos administradores se
presenten como “inevitables” y “salvadoras”. Esta historia ya la vivimos.
Después de ese impacto inicial seguramente habrá gradualidad
en el ajuste, pero ajuste al fin. No es “meter miedo” analizar las
consecuencias de las medidas ya anunciadas: recorte del gasto social y de los
subsidios, devaluación y libre flotación de la cotización de las divisas
extranjeras, apertura irrestricta de las importaciones, pago a los “fondos
buitre” y endeudamiento internacional.